Hola, ¿cómo estás?
Lo más importante que tiene que tener un periodista según uno de mis maestros es la curiosidad. Claro que con eso solo no alcanza. A medida que pasan los años en este oficio, uno va desarrollando ciertas intuiciones. Hablo así en plural porque no tengo muy en claro cuántas son ni cómo definirlas. A veces son unas amigas muy amables que te salvan en las situaciones más complicadas, y otras, como ésta a la que me voy a referir, te pueden meter en líos.
El sábado por la noche teníamos con mi compañera Victoria el plan de ver El Eternauta en Netflix. Confieso que soy un enemigo acérrimo de las series y de su vocabulario anglosajón. Aclaro que no voy a adelantar el final ni las partes sustanciales, así que puede seguir leyendo. Esta aversión no es una pose intelectual, ni un trauma de la infancia, ni nada que se le parezca. Ocurre que me quedo dormido o me aburro y las abandono.
Sin embargo, en esta ocasión, además del enorme placer de vencer mis trabas mentales en tan buena compañía (comentario para usted mi querida Dulcinea del Toboso: eso fue lo principal), también tenía la perra intuición de que podía haber referencias a la costumbre sagrada. Es que todo lo leo en clave yerbatera desde que esta obsesión me condena. El problema era/es que, como se habrá dado cuenta mi chamiguísima comunidad, la entrega tenía que llegar a los correos electrónicos el domingo por la mañana. Conclusión: como buen editor que confía en sus intuiciones, aquí me tiene en plena madrugada largando un comentario como si fuera la escupida del primer mate.
Dos referencias en cuatro capítulos
Aclaración importante: me voy a referir a los primeros cuatro capítulos sobre un total de seis. Segunda aclaración importante: ¿de qué trata El Eternauta? Es una adaptación de la icónica historieta publicada por primera vez en 1957 y creada por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López que acá podés leer. El argumento es muy sencillo: Después de una nevada mortal que acaba con gran parte de la población, Juan Salvo y un grupo de sobrevivientes en Buenos Aires deben resistir a una amenaza de otro planeta.
No voy a ser tan atrevido de hacer un comentario crítico después de mi anterior confesión. Sólo puedo decir que a mí me encantó todo lo que vi. Ahora sí: a lo nuestro.
1) Juan Salvo camina por la calle todavía un poco perplejo por las consecuencias del temporal y se encuentra a un policía muerto en una silla junto a su garita de seguridad. En el piso, desparramado sobre el manto blanco hay un mate que tiene toda la pinta de ser un enlozado. Me parece un gran detalle que sea enlozado por dos motivos. El pobre hombre habrá tomado solo toda la noche para mantenerse despierto, y para no gastar tanta yerba, esos pequeños recipientes son ideales. Segundo y no menos importante, es muy porteño. Estamos en pleno AMBA, epicentro del enlozado, así que muy bien por esa referencia.
2) Favalli (el bigotón amigo de Salvo) camina por entre las góndolas de un supermercado chino en busca de provisiones y entre los estantes aparece un paquete de CBSé saborizada en forma muy notoria. Alguien tiene que pagar toda la jodita de efectos especiales y demás superproducción. No hace falta que diga que si yo fuera acompañando al tano en ese saqueo no dejaría de manotear unos cuantos paquetes de alguna otra yerba (de ser posible). Confieso que me hubiera gustado que en el encierro pase la calabacita de mano en mano, pero todavía no pierdo las esperanzas.
(No dejes de comentarme acá abajo, o por la vía que quieras, si es que se me escapó la tortuga con alguna otra yerbiseñal. Salvo que sea, obviamente, de los capítulos cinco y seis)
Oesterheld y el elixir
El creador de El Eternauta, Héctor Oesterheld, fue secuestrado y desaparecido por la Dictadura Militar el 27 de abril de 1977. Para ese entonces, sus cuatro hijas ya habían sido secuestradas y asesinadas con anterioridad. Dos de ellas estaban embarazadas. Si bien todavía me debo la lectura de Los Oesterheld, la biografía que las periodistas Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami realizaron sobre Héctor Germán Oesterheld y su familia, tengo un par de datos sueltos sobre la relación de Oesterheld con la costumbre sagrada.
En este artículo de Felipe Pigna se comparten un par de fragmentos de libro. Uno de ellos es una entrevista que le hacen a Oesterheld en Radio Belgrano. Comparto un extracto:
—Y como prometimos el martes pasado, volvemos a estar con Héctor Oesterheld hablando de sus personajes, pero antes de entrar en sus personajes vamos a charlar un poco de usted.
— ¿Le gusta el café con leche?
—Mucho, sobre todo a la mañana. Una taza bien grande con mucho pan, manteca y dulce de leche.
(..)
—¿Le gusta tomar mate?
—También me gusta tomar mate.
Ese también habla de que no era su primera opción, pero enseguida se reivindica.
Más adelante, está hablando de otra historieta suya llamada ‘Patria Vieja’ donde comenzó a verse la historia argentina desde abajo, la gente simple, la gente pueblo, cómo vivió la gesta emancipadora argentina, y muchas otras historias que surgieron desde el campo, le dice el periodista. Oesterheld contesta:
(...) Yo creo que ése fue el mérito mayor de la historieta, hasta ese momento se veían los personajes de la historia nuestra siempre muy acartonados, muy duros, como si a San Martín nunca le hubiesen dolido las botas o nunca hubiera tomado un mate muy caliente. En Patria Vieja se trató de pintar esa historia sentida, esa historia vivida. Desgraciadamente quedó muy a mitad de camino, no se pudo hacer nunca como yo lo hubiera querido desarrollar. Es una de mis viejas aspiraciones poder retomar esa manera de enfocar nuestra historia (..)
Nótese la forma que elige de humanizar al prócer. Gracias a Héctor lo vemos a San Martín tomado un amargo espumoso.
Hasta acá llegamos por ahora, pero la esperanza en la intuición sigue viva. Después de todo, el propio lema que Netflix utiliza para la serie es: Nadie se salva solo. En esta comunidad ya lo sabemos hace rato. Continuará.
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